Todos somos, en mayor o menor medida, discapacitados. Basta con definir nuestros límites para darse cuenta de ello. Nuestras capacidades pueden crecer y menguar en el transcurso de la vida, pero nunca son ilimitadas. La noción de límite es inherente a la condición humana. Es flexible porque se establece por comparación con el progreso o el retroceso de los otros, y la única certeza es el gran límite común: la muerte. El nacimiento de un hijo suele tener un efecto espejo. Su milagrosa fragilidad es una superficie pulida que refleja ilusiones y proyectos de futuro, pero también nos hace reflexionar sobre el camino recorrido.
Artículo de Màrius Serra publicado en el diario Avui el 11/12/2008.